Con las ilusiones en todo lo alto y la hucha rota, grandes y pequeños partimos el viernes 23 a las 16:00 en dirección Miguelturra.
Carretera despejada, los niños relajados en sus asientos disfrutando del DVD, el paisaje va cambiando, desaparecen naranjos y flora verde, dando paso al seco y árido amarillo, amarillo como los orines que paramos a realizar tras casi dos horas de viaje en la pensión el Cruce, en la población de Barrax en Albacete, aprovechando para estirar las piernas, merendar, tomar unos cafetitos e ir aclimatándonos al cambio de temperatura.
Primer incidente, el coche de Jorge no arracana, Jorge Out. (Como en las carreras de motos).
De repente, nos encontramos en mitad de la nada y en mi mente la pensión el Cruce se transforma en la Teta Enroscada de Abierto hasta el amanecer.
Tengo frío y estamos a 40º.
Mis compañeros de viaje, hábiles y raudos, contactan con un taller que nos saca del apuro, cambiando la batería del coche.
Continuamos el viaje.
¿Ya llegamos? Pregunta cada vez más frecuente que surge de los asientos de atrás.
Siguiente parada, el parque natural de las Lagunas de Ruidera.
Impresiona encontrar entre tanto secano una zona verde y con tanta agua.
Aquí realizamos las primeras fotos oficiales del viaje y las niñas, junto al machote de Salva, se mojan los pies, dejando huella de la visita en las alfombrillas del coche.
Sobre las 20.30 horas llegamos a nuestro destino, Miguelturra.
En el hotel Azañón pronto se dieron cuenta de nuestra presencia, 18 personas que aparecen de repente hablando en valenciano a la dulce Dulcinea que nos atiende en recepción.
Tras una ducha, salimos en busca de los familiares de Juan Carlos, quienes regentan el bar Zacarías, ubicado a la sombra del campanario del pueblo.
Muy hospitalarios y contentos con nuestra presencia, el Sr. Dioni y familia nos agasajan sin mesura con cervezas, refrescos y platos de comida de los cuales dimos buena cuenta. (Hubo un momento que en las manos tenía tres cervezas llenas).
Tras el aperitivo nos acercamos al restaurante el Ganadero a cenar a la fresca, donde fuimos atendidos por Pascual, propietario de una verborrea propia de la familia Ozores.
En la cena se demostró lo que nos deparaban los próximos días, comer y beber, beber y comer.
Calamares, bravas, cochifrito, cervezas y vino tinto con sifón (bebida habitual en la zona), formaron parte de la primera pitanza que nos llenó la panza.
De allí nos trasladamos al parque de la localidad, punto de encuentro cuando el fresco de la noche hace su presencia, a tomarnos unas copitas junto con el Dioni y su familia.
Día maratoniano para grandes y pequeños, que finalizó cerca de las 3 de la madrugada cuando regresamos al hotel.
Próxima entrega, Ciudad Real capital.